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El EXPERIMENTO ARGENTINO

Prólogo


La cita de Terencio “Soy hombre. Nada de lo que es humano me es ajeno” será el hilo de Ariadna que nos conducirá por el complejo laberinto que resulta ser EL EXPERIMENTO ARGENTINO. Asombro, originalidad, belleza, humor, poesía son los muros laterales de este sendero por el que el autor va en búsqueda de su identidad personal que no es ni más ni menos que la identidad de nuestro país. Su curiosidad, con las lecturas de su niñez en el pueblo rural de Pigüé y con los distintos pasajes de su adolescencia y juventud, ha sido una tarea intelectual sutil, analítica unas veces, dialogal otras, que contiene una mirada progresista sobre la vida y la historia, resultando para el lector un libro tan amable como irreverente y provocador.

Las páginas de su libro despliegan una preocupación transcendental sobre la propia identidad que también toca al ser argentino. Nieto de abuelos inmigrantes conoció el folklore italiano antes que una zamba o una milonga surera, lo que no impidió que transitara con su guitarra nuestro cancionero. Del mismo modo, recorrió la literatura de la mano de su tío, abriéndose paso con la filosofía y la historia, aprendiendo a descifrar contradicciones y modelos que tanto le sirviera para modelar su pensamiento posterior, que nunca dejó de ser analítico, racional, socrático (como diría siempre) y, por encima de todo, libre. De ahí que EL EXPERIMENTO ARGENTINO le permite pensar activamente en el ateísmo, la religiosidad, la masonería, la filosofía, el derecho y adentrarse en las difíciles interpretaciones de la historia, tanto la local, como la hispánica o la europea. Su pensamiento no resulta banal: crítico hasta el punto de descartar profesiones y elegir con sensatez y seguridad su carrera de grado que lo marcaría para siempre. No fue un gusto o un delicado aporte para la satisfacción familiar. Su familia vivía con otros valores, sin desmerecer el esfuerzo de su graduación, al punto tal que su padre, un albañil de pueblo,  le dijo cuando presentó su anhelado título: “El viernes tengo que hormigonar una losa, podés venir a ayudarme”. La elección del derecho implicaba su decisión de vida sin temor al posible fracaso que lo llevaría, en el mejor de los casos, como él lo afirma, “a perder la inocencia y transformarse en militante, en filósofo o poeta”.

Del mismo modo hace con la política, frente a la que él debe decidir su inserción ya que su posición no era simplemente teórica sino a la vez una actitud de servicio, siguiendo aquella máxima de Terencio que supo dirigir su vida: ”No importa cómo seas ni dónde vivas, ni cómo hayan sido tus ancestros; estamos todos vinculados. Nadie es mejor; somos distintos y diversos, pero nuestro futuro debe ser solidario. Eso pasó a ser el propósito de mi militancia, que ya había dejado de ser política, para canalizarse hacia lo social y luego a lo académico”.

 Lo hace en la Universidad, lo hace en la villa, lo hace en sus distintos trabajos y cuando cree que no es posible tener una acción de servicio, dirige su espíritu y su energía hacia el conocimiento y la academia en donde se siente feliz. En esa felicidad culminó sus días.

El libro EXPERIMENTO ARGENTINO no es una sistematización de conocimientos. Por el contrario es su experiencia de vida en la búsqueda de su coherencia personal que es lo mismo que decir, la búsqueda de su identidad. Y por no ser sistemática su reflexión resulta una práctica de vida formidable para quienes desean comprender su inclusión en el mundo, aún sin coincidir con sus posiciones. Justamente porque enseña con su carácter crítico cómo caminar entre las fuerzas oscuras que motorizan la vida y la historia que les toca vivir. Nos enseña a descubrir las antinomias, explícitas u ocultas, que obstaculizan la clara comprensión de la historia global de nuestro mundo, la argentina o la pequeña rural del Pigüé donde nació. Y lo hace con la simplicidad y la generosidad del espíritu que desea que “el otro” comprenda lo que es vivir, ofreciéndole argumentos y herramientas tomadas de la política, de la historia, la geografía o del intrascendente cine hollywoodense que disfrutaba con sus amigos de la niñez en el cine del pueblo. Y nuevamente aparece Terencio con “el otro”, como destino de su vida, de su acción y de su servicio.

En un mundo en el que se discute todo, “en la sastrería, en el almacén de ramos generales, en la peluquería, en la obra o el taller, en la cancha de bochas, en el frontón, en el club, en las casas de familia a la hora del mate, ese que se tomaba entre el fin del trabajo y antes de la cena. En invierno, frente a la cocina de leña Istilart”, él sigue desbrozando la realidad, que es descarnada, contradictoria y la enfrenta de modo irreverente y pendenciero, sin cortapisas, buscando no imponer sus criterios, sino probar, conjeturar hasta establecer una hipótesis que le permita la comprensión simple de esta vida compleja. En esa misma dirección ensaya su interpretación sobre nuestra realidad argentina, partiendo de los distintos modos de colonización que tuvieron las colonias españolas, portuguesas, inglesas y francesas, de cómo se diferenciaron y de cómo nos encontramos hoy en día en una situación de antiprogreso y estancamiento. Y se anima también a proponernos soluciones para salir adelante.

Para que no queden dudas de su honestidad de escritor, acompaña a su reflexión una gran cantidad de notas, para nada eruditas, sólo con la finalidad de que el lector comprenda lo que él ha querido decir, sobre autores, hechos históricos, interpretaciones o el simple concepto de lo que significa ser un quintero en la familia.

Definido como Socrático, era un verdadero peripatético, caminador de la conversación, iniciando la misma desde la admiración y siguiendo el discurso a través de la dialéctica intercalando su vasto conocimiento de economía, sociología, antropología e incluso teología. Para hacerlo, se despojaba de los mitos y las historias oficiales. Su visión se dirigía a desacartonar la realidad, quitarle el brillo, para ver todo en su simple desnudez. Como testimonio personal no deja de analizar situaciones que gravitaron de un modo importante en su vida, como la conscripción en el ejército, su viaje de becario a Estados Unidos, su paso por Brasil, la dictadura, la guerra de las Malvinas. Y en estos senderos que transita, muestra como hábil prestidigitador (esto por aquí, esto por acá) una cantidad insoslayable de información que le permitirá al lector comprender los temas que despliega. Y va más lejos todavía. No tiene drama en desnudar su propia experiencia, tal vez la más dura, en la villa, donde no sólo se enfrenta con la vida y con la muerte, sino también con la visión activa del destino de esos niños que normalmente pasa por el delito, el alcohol o la droga: “Comprendí que en el estado de abandono y miseria en el que se encontraba no estaba en capacidad de imaginar otras opciones que la de ignorar su vida a través del alcohol”. Es aquí donde nuevamente Terencio y su aforismo se hace presente con una crudeza absolutamente visceral.

La vida nos encontró en el mismo pueblo en la niñez; nos reencontró en la ciudad de las diagonales y en los últimos tiempos, los más enriquecedores, se dieron en viajes, en charlas interminables y en momentos de encuentro alrededor del mate, de un asado, un café o un simple vaso de agua fresca. Siempre humor, buen diálogo, aguda dialéctica y, sobre todo, una gran amistad. Es por esta vida de encuentro que su libro me gusta como testimonio de una experiencia pletórica en el conocimiento, en el derecho, en la militancia y en el servicio, por no decir, en la vida misma. Mis palabras son leales a esta sencilla admiración hacia su persona.

Y así llegó Jorge con su EL EXPERIMENTO ARGENTINO a despejar el camino que lleva al conocimiento y a la acción, que siempre termina como acto de servicio “al otro”, a allanar el camino para la interpretación de la historia y desafiar la vida, fortaleciendo su personal coherencia. Su propio testimonio resulta su mejor homenaje. Y como tal, esta experiencia personal, esta revelación de conocimiento, vida, acción y trabajo merece ser leída. Por todos.

 Horacio Agustín Walter, Enero 2020.