Colonia menonita La Nueva Esperanza

Colonia menonita La Nueva Esperanza 

La Pampa - Argentina
 


Para llegar a la Colonia Menonita tuvimos que hacer más de 40 kilóme­tros, saliendo de Guatraché hacia la región de Remecó, por un ancho camino pedregoso, polvoriento y con tramos de molestos serruchos y huellones. En algunos lugares quedaban restos de pantanos recientes, originados por las lluvias. Transitarlo nos llevó más de lo esperado.

La Nueva Esperanza pertenece a la comunidad menonita, con un conjun­to de nueve campos (dorf), que se identifican por su número, aunque tienen su nombre (Campo Limpio, De las Rosas, Valle Florido, Pueblo Nuevo). Su adquisición fue posible con los recursos de 129 familias, distribuyéndose los lotes de acuerdo a su porcentaje de participación. Es posible observar lotes pequeños de 5 ha y otros de 200. Los campos están separados por calles inte­riores, por las que circula el intenso tránsito de pequeños carros (buggy). Son anchas, pedregosas y polvorientas como las del ingreso. No es difícil llegar; algún cartel indicador, y la mirada que se extiende hacia el paisaje, indican que se está en la colonia. Posee una entrada única y nada que impida acceder.

He visto que se organizan circuitos turísticos para recorrerla. Se trata de un contexto diferente en La Pampa, sobre todo por el modo de vida de sus habitantes. Seguramente muchas personas, al igual que yo, desean profundi­zar en el conocimiento de los menonitas.


La historia volguense siempre ha deparado sorpresas que, no por conoci­das, dejan de tener su particularidad. En este caso, su radicación y existencia es diferente a lo que pudieron ser las llegadas desde el Volga o el Mar Negro. Olga Weyne relata el camino transitado por los menonitas:

En 1921, Paraguay extendió a los menonitas una carta de privilegios, seme­jante a la de Catalina II La Grande y Victoria, es decir, autoridad completa en la conducción de sus escuelas, libertad de religión, gobierno local y excepción del servicio militar. Después de inspeccionar la zona -como era costumbre también en los volguenses y en los del Mar Negro- y encontrarla apta para sus necesi­dades, 1785 personas partieron de Canadá rumbo al sur. Los primeros tiempos fueron durísimos a raíz del clima -radicalmente diferente al de sus lugares de origen  y la escasez de alimentos, a tal punto que la cuarta parte desertó o desapareció. Pero ya en 1927 se había fundado Menno, su primera colonia paraguaya, en medio del Chaco Boreal. En 1973 este asentamiento contaba con 10.000 habitantes.21

Sabemos que su instalación anterior en Argentina no ha sido fácil, te­niendo en cuenta el clima distinto al de los lugares donde estuvieron (Méxi­co, Canadá y Chortitza, en Ucrania, junto al río Dniéper). Su origen en La Pampa data de 1985, cuando realizaron conversaciones con las autoridades provinciales y convinieron con ellas sus proyectos. En base a su estilo de vida, los temas giraron en torno al gobierno de la colonia, la independencia escolar, excepciones para el servicio militar y licencia para el uso de su lengua. Tienen en su espacio una escuela propia, en la que hablan el plattdeutsch, con variaciones del holandés. La obligación de los niños es concurrir a ella entre los 3 y los 13 años. Sabiendo que la ley argentina obliga a la enseñanza del castellano, desconozco cómo han resuelto este problema, aunque tengo in­formación de que concurren maestros de la zona para enseñarlo.


Si se desea entender esta comunidad a fondo es necesario conocer la his­toria y los principios religiosos de los menonitas. Son pacíficos y se basan en la fe. Sus orígenes datan del siglo XVI, cuando el sacerdote holandés Menno Simmons inició, junto con un importante grupo de cristianos protestantes, un exilio que les costaría persecuciones y muertes. En plena expansión del pro­testantismo, este pastor formó parte del sector anabaptista (que niega el bau­tismo de los niños) y aceptó solo la doctrina bíblica para determinar la ética y la conducta en la vida personal. Las luchas internas hicieron que Simmons buscara caminos pacifistas y atrajera a comunidades que, en su mayoría, de­bieron alejarse de las ciudades por la intolerancia de los grupos radicalizados.

Cuando Catalina II la Grande publicó su II Manifiesto en 1763 para convo­car a los alemanes y centro-europeos a afincarse en Rusia, los menonitas acep­taron la propuesta y viajaron hacia el este. Uno de los planes de instalación sería:

…les ofrece privilegios como el mantenimiento de su idioma (los menonitas ha­blaban, y hablan un dialecto alemán, el Plattdeutsch o bajo alemán; mientras que la lengua escrita y litúrgica es el alemán o Hochdeutsch); 65 hectáreas de tierras por familia y leña, ambas gratis; libertad para moler, fabricar cerve­za y vinagre; independencia administrativa, escolar y religiosa; exención de impuestos y del servicio militar. Finalmente, se conforma en julio de 1789 la primer colonia, Chortitza a orillas del río Dnieper y con familias llegadas en su gran mayoría de Danzig y del valle del Vístula. Más tarde, en 1803 se funda Molotschna en la provincia de Táurida, al sur de Chortitza.22


Aislados de otras poblaciones, su conducta se basa en el conocimiento de la Biblia y el cumplimiento estricto de sus normas. Nunca harían nada contrario a su religión, ni siquiera en la forma más simple. Antiguamente rehusaron seguir a los grandes señores, obedecerlos y sumarse a sus ejércitos, sin importar las amenazas ulteriores. Aprendieron que el aislamiento era su mejor defensa y la razón de su continuidad. Encuentran los principios de su existencia en el pacifismo, la igualdad y el intento permanente de no conta­minarse con los pecados del mundo.

Cuando uno se asoma a conocer La Nueva Esperanza no debe olvidar esos principios básicos. A partir de 1996 se instalaron algunas familias en esta región pampeana para iniciar la organización de la colonia. Más tarde llegaron otras desde Santiago del Estero, hasta formar la actual población, que ronda los 1800 habitantes. Lo hacen casi silenciosamente, en soledad, alejados de los pueblos vecinos. Guatraché, la localidad más cercana, se en­cuentra a unos cuarenta kilómetros.

Con más de 10.000 hectáreas de extensión, su vida se desenvuelve en for­ma muy particular. Los límites están marcados por alambrados comunes en los linderos, Además de la calle de ingreso, están las que dividen los nueve campos y que sirven de enlace, como una gran nervadura, para la comunica­ción interna. Otras callecitas terminan de unir los lotes.

A medida que uno se interna puede observar el perfecto tendido de los alambrados y la prolijidad de las entradas a los terrenos con viviendas y talle­res. Hay orden y limpieza por doquier. Y también silencio. Visto desde arri­ba, es un gran cuadrado con muchos lotes, lo que habla de una distribución meticulosamente planificada.

Lo que también sorprende son las personas trabajando en sus quintas o talleres, todos vestidos de igual manera: los hombres con mamelucos azules, las mujeres con vestidos floreados y una capelina con cinta violeta.

Cada familia tiene su propio lote, donde se encuentra la vivienda y el espa­cio en que cada integrante desarrolla su actividad. Los hombres trabajan en talleres de producción de herramientas y servicios de chapa y hierro para silos, secaderos de cereales, bebederos y alimentadores de animales, norias, tolvas y carretones para transporte de cargas pequeñas o estructuras pesadas. Son especialistas en herrería, fabrican carros, volquetes, trailers para traslado de ha­cienda, andariveles, cepos, galpones, silos y tinglados de chapa con estructura de hierro. Venden sus productos a clientes de campos vecinos y de la provincia de Buenos Aires. La carpintería es su otra gran actividad, especialmente para la construcción, con estructuras de obra, aberturas de puertas y ventanas y muebles de madera de algarrobo para interiores. En los corralones se observan postes para alambrado, estacas, varillas, tirantes y maderería en general.


El modelo económico es de carácter mixto. La base agropecuaria es la pro­ducción de cereales (maíz, trigo, girasol), no tanto para venta masiva como para pastoreo y resiembra, y la lechería. Las vacas se alimentan en el campo o con rollos de pasto natural cuando las pasturas escasean, ya sea por sequías o en invierno. La región es más bien seca, y los regímenes de lluvia nada tienen que ver con la Pampa Núcleo de Buenos Aires. Se habla de que tienen vacas para producir hasta quince mil litros diarios de leche, que procesan en sus propias queserías. Venden el producto terminado al exterior.

En esta visita he podido constatar máquinas modernas bajo sus tinglados, y el uso de agroquímicos, que adquieren en la ferretería del predio. La tierra pedregosa no es de las mejores para ser laboreadas sin la utilización de estilos especiales de producción rural, o sin la ayuda de fertilizantes.

No dejo de lado la producción de la huerta, tanto para el consumo propio como para la venta de excedentes al exterior. Una primera mirada indica que sería tarea propia de mujeres, ya que las he visto con sus azadones limpiar las malezas, conducir el agua y preparar la tierra. Sin embargo, los hombres 150 también participan y los niños a su lado, jugando o copiando el trabajo de la madre con algunas herramientas. En la oferta de productos de almacén hay frascos de miel, salsas y dulces.

Tareas menos visibles, como la costura y la zapatería, se realizan en las casas. He visto en sus salas tres o cuatro máquinas de coser. Los menonitas visten, como he referido, de modo muy similar entre ellos. La vestimenta facilita, de modo directo, la percepción de la igualdad. La ropa masculina consiste en un mameluco azul, camisa rústica a rayas o cuadros, por lo ge­neral azul o violácea, borcegos de trabajo y gorra con visera. Pueden añadir una campera azul o gris oscuro si hace frío. Los niños visten igual, solo que usan zapatillas o sandalias y un gorrito similar al de los mayores. Las mujeres utilizan el vestido hasta debajo de las rodillas, con cuello cerrado, mangas largas en invierno y cortas en verano, de color violeta o azul y estampados florales. Completan el atuendo con un pañuelo al cuello, bordado y con fle­cos, blanco en el caso de las solteras y negro para las casadas. Debido al calor, en verano omiten usarlo. Lo que nunca falta es el sombrero o capelina con la cinta violácea.


Trasladan sus productos en medios prácticos y modernos, como camio­netas con trailers, para realizar las entregas. Por los caminos del predio cir­culan con sus buggies, los típicos carros tirados por un caballo, con ruedas de goma y parasol. Los conducen las mujeres y los niños, y son utilizados para superar las distancias internas entre familias, amigos, la escuela y el trabajo. Cuando se presentan situaciones imprevistas, como enfermedades, o la ne­cesidad de hacer un trámite, viajan a la capital de la provincia o a los pueblos vecinos en sus camionetas y se los ve caminando por sus calles al igual que cualquier ciudadano.

La tecnología no les llama la atención ni les complica la existencia. Usan el celular por razones comerciales, pero no miran televisión, no escuchan radio, no usan computadora ni nada que vaya a trasmano de su vida austera o pueda distraerlos de sus tareas. Las viviendas tienen equipos electrógenos para suministro de luz, carga de celulares y provisión de energía para filtros de agua, heladeras, hornos y freezers. Las computadoras están presentes en los locales para el cálculo, la facturación y el intercambio comercial.

Mi especial interés era conversar con alguien de la comunidad sobre su estilo de vida. Al principio, los intentos de acercamiento no llegaron a la comunicación. Con la mano me decían que no avanzara, sobre todo las mu­jeres, casi siempre acompañadas por sus niños; daban vuelta la cara y miraban hacia otro lado. Sin embargo, pude hablar con algunos hombres, indicando mis intenciones con respeto. También pude acercarme a un par de jóvenes trabajadoras. La charla giró alrededor de temas como la vida social, familiar e individual, sus rezos, comidas y reuniones.

Con otras personas el encuentro fue más sencillo. Tienen un sentido del pudor y la intimidad que preservan con celo. Cuando entienden que ese prin­cipio será respetado se abren a la conversación. Juan, David y Abraham me hablaron de sus razones de vida. En lo social, particularmente en lo religioso, viven de acuerdo con la tradición protestante. Con una existencia muy auste­ra y puritana, solo toman contacto con la gente de afuera con motivo de sus actividades comerciales, hacerse de artículos necesarios y limitar la comuni­cación a lo mínimo e indispensable.


En una ocasión me invitaron a pasar a una vivienda para conocerla y te­ner una visión más completa de la intimidad familiar. Por fuera, las casas no se diferencian entre sí, ni siquiera los grandes galpones de sus talleres. Las dependencias (dormitorios, baño, cocina) son cómodas, limpias y ordenadas. Las familias suelen tener varios hijos y disponen de habitaciones individua­les, aunque también he visto dormitorios con tres o cuatro camas. La cocina es amplia y dispone de todos los recursos necesarios, al igual que el baño. Hay espacio para reunirse y recibir visitas. Poca decoración, pero pude observar adornos, juegos y símbolos religiosos.

La jornada comienza muy temprano, cuando se levantan para el ordeñe de las vacas. Colocan la leche en tachos, que serán llevados en carro a la quesería. Desayunan y luego comienzan las tareas de la casa, en la huerta o el taller. Los niños de tres a trece años van a la escuela, donde el maestro les enseña, en alemán u holandés, principios básicos de matemática, lectura y religión. La familia se reúne para el almuerzo y la cena; los que trabajan en el taller comen en una sala aparte. Por la noche, antes de dormir, hay conversación y lectura de libros religiosos.

 

Mantienen un dialecto entre holandés y alemán. Poca gente habla caste­llano, lo cual influye en su desinterés en comunicarse con los turistas. Quie­nes lo dominan, ya sea por haberlo aprendido en la escuela o en el trato con los clientes, lo hacen muy bien y no se muestran tímidos. Lo mismo sucede con los niños, que hablan de sus juegos, de fútbol, de los clubes locales y las grandes ligas, al tiempo que describen a los jugadores que admiran: Messi, por supuesto, aunque también me hablaron de Mbappé y Neymar. Se advier­te la presencia del teléfono celular con datos móviles. Sus únicos libros son religiosos, en particular la Biblia, escritos en holandés o alemán.

Pregunté si la extensión de la colonia es adecuada para las necesidades actuales, y me dijeron que se encuentra al límite. Están gestionando el au­mento de hectáreas porque, con cada casamiento, debe haber un lote para que el nuevo matrimonio pueda vivir y trabajar. De no conseguir, se verían obligados a subdividir los existentes.

A Khaterina, hija y empleada en la ferretería de Loewn, en el campo 2, le pregunté si los jóvenes que trabajan fuera de la colonia (por ejemplo, para entregar sus productos) opinan que la vida exterior es mejor que la propia, y si les gustaría vivir de otro modo. Me dijo que observan el mundo, pero saben que su existencia se desenvuelve en función de su pensamiento y formación. Por ende, prefieren seguir en la colonia. Le consulté si habría alguien que hubiera dejado la colonia para no volver. La respuesta fue que todos regresan. En un caso así, el retorno sería con el permiso de los mayores o del pastor. Quise saber qué opciones había para alguna persona que no quisiera vivir en Nueva Esperanza, y manifestó la conveniencia de mudarse a la colonia de Santiago del Estero o de Bolivia. A pesar de la dureza de mis preguntas, la cordialidad quedó flotando con toda naturalidad. La buena disposición de Khaterina para el diálogo quedó en mi memoria como uno de las experien­cias más simpáticas de la tarde.

A lo largo de mi visita fui comprendiendo que la comunidad menonita no es atrasada en el tiempo ni está fuera del mundo. Es una expresión de vida en función de su conducta y principios religiosos. Claro que a los visitantes les puede llamar poderosamente la atención. Es aquí donde la comprensión debe ser total, para no caer en comparaciones ni juicios equivocados, como esas expresiones comunes que sugieren atraso, medievalismo o vida inso­portable. El punto de partida para esa comprensión no hay que buscarlo en un sistema de producción económica, sino en el entendimiento, como se ha dicho, de su fundamento religioso.

Me propuse revisar algunos conceptos y encontré el que creo más impor­tante: Christenvolk, el sentido de ser menonita. Implica un grado de pureza que no debe ser contaminado. De ahí sus esfuerzos por descartar la como­didad. El alejamiento de las ciudades, con las limitaciones que conlleva, es una filosofía de vida. Preservar la educación impartida por ellos o su pastor es mantener el espíritu menonita, aunque implique una total ausencia de com­promiso con lo político o lo que sucede alrededor. Cañas Botto lo explica: 



Por otro lado, son conscientes de la función del sistema escolar en  la   construcción de la identidad nacional, que ellos consideran pernicioso debido a que está ínti­mamente relacionado con lo que denominan        política. 
Ellos se consideran meno­nitas (y por ende Christenvolk) antes que… argentinos, bolivianos, mexicanos, canadienses, rusos, o alemanes. Por otro lado, piensan que las identificaciones nacionales son    una identificación con el mundo y atan al individuo al mismo, por lo tanto, no son compatibles con su condición de Christenvolk. Parece ser que en Cuauhtémoc, hay menonitas que, proviniendo de colonias que aceptaron el sistema educativo mexicano, ocupan cargos públicos en la administración mexi­cana. Lo mismo ocurrió en Paraguay. Esto es inaceptable para los Altkóloniers. Es a través de su concepción de la “política” que reinterpretan la separación de la Iglesia del Estado. La exaltación de la persona es una de las cosas más pecaminosas. Es para ellos “hipocresía” ya que no es la persona la que vale en sí sino la Gracia que Cristo otorga. Al exaltar la persona se niega a Cristo. La política es uno de los medios a través de los cuales se exalta a la persona, y por ende es considerado pecaminoso. La política es uno de los ámbitos donde se pone en juego el poder que es algo demoníaco además de terrenal. Por lo tanto, la po­lítica, debido a su carácter netamente terrenal, no puede ser llevada a cabo por los Christenvolk. Por otro lado, los Christenvolk deben ser pobres y su pobreza es algo que resaltan constantemente en su discurso. Cristo vino para los pobres, y los ricos no se salvarán. El Reino de los Cielos es para los humildes y los que están en política no lo son.23

 

Mi paso por la colonia ha sido una vivencia particular. Me asombró el silencio, la falta de música, de gritos o situaciones conflictivas. Pude disfrutar la calidez de los niños y su picardía, hasta cuando me cobraron unos pesos por tomarles algunas fotos. Risueña o no la anécdota, no son distintos a los nuestros. Más tarde pateé unos penales con ellos, hinchas de River como yo, aunque su padre es de Boca.

Se dice que no han existido delitos importantes en muchos años. Los delitos privados no se conocen y, si los hubiera, quedan dentro de la co­munidad, al igual que su propio sistema de juicio y castigo, del cual no he podido hablar. Lo cierto es que estos colonos fueron estafados en distin­tas oportunidades, por ejemplo vendiéndoles macetas con ramas como si fueran plantines o perfiles y postes de madera que durarían poco tiempo. Ellos mantuvieron su prudencia y templanza y siguieron adelante. Sus ideas basadas en la paz interior y en la vida religiosa, que los mantiene lejos del “mundanal ruido”, han hecho de esta comunidad un ambiente apacible y de trabajo honesto.

HORACIO AGUSTIN WALTER

Extractado del libro De aldeas y colonias. Cuaderno de viaje al corazón de los Alemanes del Volga. Ed. Imás. La Plata. 2023-

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20 Departamento Guatraché. Con 4600 habitantes (Censo 2010). Coordenadas: 37°37´S 63°52´O.147

21 Weyne, Olga. (1987). El último puerto. Buenos Aires: Editorial Tesis, Instituto Torcuato Di Tella, pág. 114.148

22 Cañas Botto. Lorenzo. (1998). Christenvolk Historia y etnografía de una colonia Menonita. Buenos Aires: UBA, Facultad de Filosofía y Letras, Tesis de Licenciatura de Antropología, pág 45. 149

23 Weyne, Olga. (1987). El último puerto. Buenos Aires: Editorial Tesis, Instituto Torcuato Di Tella, pág 101.154

 


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