Matrioskha

            

Frente a mí, una hermosa muñeca rusa decorada con colores brillantes y luminosos. La figura central, engalanada con una filigrana variopinto, llamaba la atención. Tras una pequeña torsión sobre la parte media, quité la tapa y apareció otra muñeca, aunque más pequeña con la misma figura y distintos adornos. Hice lo mismo hasta llegar a las siete. Las ordené en una fila de mayor a menor. La delicia de observarlas y disfrutarlas durante un momento no tenía precio. Su simplicidad permitía albergar en su seno otras pequeñas muñecas, como las historias de la vida en las que uno las descubre en la medida en que va develando la realidad.



 1.-       El largo camino en medio de campos cultivados de maíz, trigo, algunos con cebadas, otros para el pastoreo, me fue llevando hasta encontrar el pequeño poblado hacia el que me dirigía. No fue difícil encontrarlo. Pude ingresar por sus calles hasta encontrarme con las primeras casas. Con hileras de árboles altos en sus veredas, un variado paisaje de casas bajas y jardines prolijos, ingresaba en un ambiente donde se confundía el perfume de las pasturas circundantes con los olores de una colonia en movimiento, el de las cocinas, el de la panadería, la fragancia de los eucaliptus y los aromos. Me llamaba la atención el ritmo del pueblo. Sereno, sin apuros, como que todo el mundo estaba en sus cosas, como ellos me lo dirían más tarde, los grandes en sus trabajos, los pequeños en la escuela. El objeto era visitar el pueblo de mi infancia, el de mis abuelos, el de mi familia. Reconocerlo, observarlo, mirarlo con mis ojos de adulto y compararlo con los recuerdos de niño. En algo, muy distinto. La modernidad se copiaba en este poblado de no más de tres mil almas. Conectividad, movilidad, nuevas construcciones y comercios. Pero a la vez, lo encontraba igual al recuerdo de mi niñez.

Resonaban en mis oídos las conversaciones en ese dialecto que alguna vez quise balbucear, notaba los aromas que salían de las cocinas, tan iguales a los de la abuela; algunas señoras mayores con sus vestidos largos y oscuros, el cabello recogido en un rodete y un pañuelo claro que rodeando el cuello se anudaba sobre los hombros. Algunos hombres con sus viejos sacones negros y sus sombreros que me remitían a los primeros tiempos de la colonia. La calle de la entrada me fue llevando hacia una más ancha donde se asomaba la iglesia con sus torres, la escuela, las casonas más encumbradas en su tiempo. Un cordón en el medio de la acera permitía un macetero largo, interminable con los flores de estación sumamente cuidadas. No deseaba perderme esta primera visión del lugar, por lo que comencé a circular tanto por la calle ancha como por sus calles interiores para redescubrir la fisonomía de un pueblo que - me han contado - fue creciendo desde su fundación, modernizándose con el paso del tiempo y manteniendo dentro de sus propios pliegues, toda la vida que la historia y la tradición ha creado.

De mis andanzas de chico recordaba apellidos y nombres, quienes vivían en cada casa y que, hoy muy probablemente, no fueran los mismos, como tampoco lo eran las de mis abuelos y mis tíos. Probablemente otra gente viviría allí con los mismos perfumes y con los mismos sonidos guturales del dialecto. Las casas de comercio por un lado, las instituciones privadas vinculadas al desarrollo educativo o tecnológicos, los servicios desde el correo hasta la telefonía, pasando por la cooperativa eléctrica, la comisaría, la radio y el canal televisivo y la delegación municipal. Los pequeños emprendimientos que se crearon, modificaron viviendas, ocuparon los espacios vacíos, lugares de correteos de nuestra niñez. Aparecieron las placas indicadoras de las calles y, a pocos metros del centro, en alguna esquina, algún monumento recordatorio. Más allá. pero no fuera del pueblo, el cementerio, que se ve desde la calle, con sus cercos bajos y su portal eternamente abierto.

Mi primera mirada tenía que ver con el conjunto y la primera conclusión a la que pude llegar era que había una cierta unidad en su faz constructiva donde no desentonaban las casas mejoradas con algunas antiguas que mostraban todavía sus paredes de ladrillos o sus trazos de adobes. Las calles no tenían asfalto, sin embargo, lucían consolidadas y limpias, con sus veredas por las que se podía caminar por sus embaldosados. El antes y el ahora se mezclaban en forma constante. Andar por sus calles era recibir el saludo habitual de vecinos. El tañido de la campana del templo resonó en toda la colonia. Anunciaba el medio día.

 2.-       En ese momento me encontraba frente a la Delegación Municipal a la que ingresé directamente. Me recibieron como si fuera un vecino y entre las presentaciones de las personas presentes, me preguntaron por el motivo de la visita. Sólo me presenté. Nacido en la colonia. Llevado por mis padres a otros pueblos, aunque volvía en forma periódica a visitar la parentela. Hice conocer mi intención de conocer el lugar y adentrarme en la vida de la colonia. En el afable grupo que se había formado, todos hablaban – a la vez - contándome sobre el lugar. Sobre ellos, el pueblo, los campos circundantes, los pobladores. Poco a poco fui ordenando las respuestas.

La colonia tendría unos tres mil habitantes que, por lo general, eran descendientes de alemanes del Volga, aunque con el transcurso de los años ya se había producido una mezcla con habitantes de otras colonias y por supuesto, de otras etnias como españoles, italianos, criollos y otros más. En cuanto a su forma de ser concluí que todos se conocían entre sí, que todos trabajaban, sea en sus campos, en tareas auxiliares. como alambradores, posteros, mecánicos, sogueros. Distintas funciones hacían que cada uno se ganara la vida como podía. El trabajo de campo implicaba los distintos niveles productivos como la agricultura y algo de ganadería, entre ellas, el tambo y la quesería. Otros niveles menores se iban dejando de lado por las dificultades de producir, como el huerto o la quinta, lo mismo que los frutales o la apicultura, salvo aquellos que lo producían en una escala doméstica.

Imaginaba en el transcurso de la conversación que la vida de la colonia era sencilla, con trabajos para todos, con las clásicas excepciones de enfermedades, mala fortuna o adiciones. No existía una pobreza excluyente y se advertía una generalización de la solidaridad. Contaban que el poblado era uno de los tantos que existen en el país con esa conformación de inmigrantes venidos desde Rusia, desde el Río Volga , de etnia alemana, que habían llegado a las orillas del río ruso a partir de la convocatoria de la Zarina Catalina la Grande a partir de 1784, llegando a nuestro país, tras cien años de estadía en la tierra rusa, a partir de 1878. Esos otros pueblos se encontraban diseminados en la Provincia de Entre Ríos, en la de Buenos Aires y La Pampa y también en el Chaco, y seguramente en alguna otra provincia habría una aldea perdida. Y muchos de aquellos descendientes vivían en la Capital Federal como en las grandes ciudades, diseminadas por todo el país. Todas esas aldeas y colonias llegaron a ser hoy poblaciones modernas, conectadas y totalmente integradas a la vida nacional, manteniendo también las viejas costumbres y tradiciones del legado familiar, como el recuerdo de los orígenes, los dialectos y las costumbres que no dejaron de practicar nunca.

 3.-       La conversación fue ingresando a temas propios de su vida y de su historia, lo que respondía a mis preguntas sobre el modo de mantener la herencia ancestral. Es como si encontráramos otra muñeca dentro de la Matrioskha. Desde el uso de la lengua en su forma de dialecto, los modos de mantener estructuras formales en lo doméstico ya sea en la construcción de sus casas y de cómo vivirlas en forma actual; la gastronomía heredada de las abuelas, las danzas y celebraciones especiales que van desde la intimidad hacia lo público. El nacimiento, el bautismo, el matrimonio y la muerte tienen modos particulares de celebración, que no sólo acompañan con sus rezos, sino que implica formas de vestir, de reír y de llorar.

Al descubrir esta tercera muñeca me imaginé ingresar a su mundo cotidiano de vida familiar y colonial  desde muchos años atrás. Los ritos en el templo, el pequeño altar en el dormitorio familiar, lo religioso se vive con ternura y respeto. La mesa amplia tendida para los momentos de la comida es precedida tanto por el laboreo familiar como por la oración de agradecimiento por el pan recibido y el deseo de extensión hacia todos.

El trabajo del hombre y de los hijos varones se estructura a través de lo rural y si conservan el pequeño trozo de tierra desde los orígenes, la trabajan con las escasas herramientas y el esfuerzo de hacerlo todos los días. Los hijos ya desde hace muchos años van a la escuela y se preparan para el futuro que muy probablemente sea distinto a la forma de vida que han llevado hasta ahora. Sin embargo, se hace bajo la tutela de un respeto, de valores conseguidos con el esfuerzo y la fe en ellos mismos y en el futuro. Igual sucede con las niñas. Ya se ha superado el esquema patriarcal de la época de la instalación, aunque se mantengan algunas ideas y comportamientos típicos para la mujer, que hoy ya tiene lugares ganados en esa sociedad. El juego dialéctico de la modernidad y lo heredado se juega todos los días en la vida cotidiana. La iglesia, la escuela, el campo se funden en la necesidad de conocerse entre todos. El lugar de encuentro que normalmente sucedía en el patio de la casa se ha cambiado por una vida social ampliada y la extensión virtual a través de las redes sociales y los nuevos modos de relaciones. La vida familiar y social se desarrolla en esa pública intimidad de la colonia.

 4.-       Una nueva capa aparece cuando llegamos a la cuarta muñeca. Es la historia la que ordena la vida. El recuerdo de la vivencia de los abuelos se transforma en herencia, en educación y en la idea del progreso. El recuerdo de los objetivos de los antepasados que con coraje hicieron su paso-éxodo-migración hacia estas tierras, desconocidas totalmente en cuanto a naturaleza, lenguaje y tipo de gentes. No obstante llegaron, cerraron sus lágrimas de tristeza por haber abandonado la tierra en Rusia, tanto como sus antepasados lo hicieron de la tierra germana. Levantaron su voz para orar y prepararon sus manos para trabajar la tierra desde la nada. Quitaron malezas, nivelaron la tierra y abrieron los surcos para enterrar sus sueños hechos semillas y esperar la bondad de la naturaleza con sus lluvias y con su futuro de espigas. Tambien, prepararon la tierra para anticipar cosechas de rápida recolección, desde las clásicas papas, pepinos y repollos hasta las verduras locales que constituían su supervivencia. Al igual que con la madera de los bosques cercanos o la piedra de los arroyos y las sierras, levantaron rápidamente sus casas para resguardarse, las bases para su templo y un espacio cercano, para que descansen sus muertos.

5.-       Los primeros migrantes que llegaron lo hicieron alrededor de 1878 y no dejaron de hacerlo hasta casi la primera guerra mundial. Venían desde las orillas del Rio Volga donde a lo largo de sus cien años de estadía se organizaron en múltiples aldeas hasta llegar a transformar la región en el granero de Rusia. Su estancia en ese país les permitió mantener su propia lengua  traída del heimat que hoy es Alemania, su propia religión y su familia. Tomaron poco contacto con los habitantes de Rusia, salvo para los negocios y el trabajo y. aunque fueron invitados a ese país para un gran proyecto poblacional, con muchas promesas seductoras, no lograron convivir con la gente local.

Con el paso del tiempo, muchas de ellas se diluyeron; las formas de convivencia por normativas oficiales se modificaron y entraron en una crisis que los llevó a repensar su futuro: pensar en volver a migrar hacia otras tierras donde pudieran superar su pobreza, educar a sus hijos en los valores y en la fe y creer que sería posible vivir mejor. No fue fácil. Significaba decidir una migración, es decir, salir nuevamente de esta tierra, como los antepasados, organizar una nueva partida, desguazar los bienes y comenzar la despedida con aquellos familiares que debían quedarse. Sólo llevarían sobre sus espaldas los recuerdos y la extrañeza, mientras en su pecho guardaban los suelos y su esperanza.

 6.-       Sólo se sabía que a partir de 1763 Catalina la Grande de Rusia había convocado a muchos ciudadanos del centro de Europa, particularmente a la región de la actual Alemania, desde donde ella provenía, a participar de un proceso renovador en Rusia. Deseaba contar con trabajadores y artesanos de esa región para constituir una gran centro poblacional, que más adelante se enterarían, estaría ubicado en los extremos fronterizos del este, en la región del Río Volga, en el óblast de Saratov. En realidad, poblar las fronteras. Con algunos agentes de la Corona rusa, los candidatos a emprender esta aventura, participaron de múltiples reuniones, se organizaron en una gran caravana y partieron. Seducidos por la Zarina, con las prerrogativas de mantener su lengua y sus maestros, cuidar la religión con sus pastores y sacerdotes, trabajar y comerciar libremente, pensar en un futuro y quedar fuera del fantasma de la guerra, los llevaron a iniciar una azarosa marcha hacia estos nuevos horizontes.

Desde distintas ciudades y aldeas, se congregaron para llegar primeramente hasta los puertos del Báltico, en la zona de Lübeck, cruzar el mar hasta San Petersburgo y luego, por caminos polvorientos y pantanosos o por los ríos interiores, incluyendo el Río Volga, llegar hasta el destino final en las orillas de Saratov. No fue fácil dejar sus tierras. Hasta llegar a destino, los separaban más de tres mil quinientos kilómetros, un largo año de travesía, con diferentes climas, que no conocían, por variados países con gentes de muchas formas de vida. Lluvia, frío, calor, caminos de polvo y de pantano, con una sola consigna: llegar. No había otra opción, ya que la vuelta atrás era tan difícil como imposible. Sólo seguir adelante. Mucha gente no llegó. O se quedaron en algunos poblados que los acogieron, o se enfermaron y murieron. Los que llegaron, besaron la tierra rusa y agradecieron al dios de su religión por haberles permitido llegar. Y rogaban que les permitiesen cumplir con ese gran objetivo de vivir mejor.

7.-      Llegué hasta la más pequeña de las muñecas. Tan hermosa y brillante como las anteriores. Sólo que ésta tenía en su base un pequeño orificio con una tapa de vidrio que permitía ver un poco de tierra. Alrededor de esa tapa, con una letra pequeñita, se podía leer casi borroneada una palabra que terminaba en Burg. Nada me indicaba cual podría haber sido aquella aldea desde donde había nacido toda esta historia, tan real como la tierra contenida en la más pequeña de la Matrioskha.

Así suelen ser las historias. Cada cual la interpreta de acuerdo a lo que va viendo y profundizando. Seguramente la tierra guardada tendría el significado de lo que dejaron; familia, olores, pequeños bienes, recuerdos, en última instancia, su tierra. Aunque también podría significar la esperanza que tenían por delante para aventurarse a un nuevo lugar, a una nueva historia de vivir mejor. Esa especie de utopía que cada uno tiene. Todas las muñecas abiertas, como mostrando en su seno un fruto nuevo a descubrir. Jugueteé entre mis dedos con la más pequeña de las muñecas, suave, altamente significante, disfrutando sus colores, los brillos y su decoración. Todo me decía que había llegado al final de una historia. O al comienzo de la misma.

Se que este pueblo se repite como aldeas y colonias en distintos lugares de nuestro país. Aquellos alemanes del Volga que llegaron a fines del siglo XIX hoy viven, a través de sus descendientes, integrados en muchos lugares, en nuestras ciudades. Consolidan profundamente lo que la Constitución Argentina les ofrecía: una identidad en la libertad. Viven y disfrutan de la modernidad y de la presencia de la argentinidad, ofreciendo generosamente sus tradiciones ancestrales, su lenguaje, su gastronomía, su arte y su música.

Tomé a cada una de las muñecas, volví a colocarlas en su lugar y las guardé dentro de la mayor. Una sola historia y muchas a la vez. La Matrioskha más que esconder sus tesoros, los preserva, los guarda y los ofrece a quien desee penetrar en su vida misma, sabiendo que le deparará conocimiento, sorpresa y fascinación. Así es la historia.-

 

Horacio Agustín Walter, septiembre 2024.

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